Cuentos de Antonio Maceo

UN CAÑO PARA EL VIEJO SAÚL

"Un Caño para el viejo Saúl" es una historia de ficción con muchos pasajes de anécdotas reales, vividas en el Oeste del Gran Buenos Aires, que muestra las desventuras, miserias y frustraciones de un grupo de amigos que forjó dicha amistad desde el aguante del barrio, que luego traslado a las tribunas y que hoy se lleva en el corazón a pesar de la distancia. Se terminó de escribir allá por 2001

*****************************UN CAÑO PARA EL VIEJO SAÚL (Una historia del Oeste)
La concha de tu madre hijo de re mil puta!!! Cuándo mierda va a ser el puto día que empieces a poner huevos!!! Esto es Ituzaingó!!! No estás en Merlo la concha bien de tu madre!!! Ante semejante presentación sólo quedaba el asombro, miradas azoradas se volcaban hacia el epicentro de aquel vozarrón. 

Quienes ya lo conocían apenas si sonreían ante cada ocurrencia. Mucha complicidad, como aquellos que manotean un sobre de mayonesa en el supermercado y al instante miran hacia ambos lados del pasillo mientras buscan algo en el interior de sus camperas. Sabemos que esas cosas no se pagan, al menos lo se yo y es muy gracioso reconocer en otros una misma actividad oculta y reconocida a la vez. No hay tiempo para la duda, ya no hay vuelta atrás. 

Eso es lo que creo siente el viejo al putear. O se termina la frase o hay que irse a la mierda, "romper el carné" diría el mismo más tarde. Un asombro cómplice, como compartiendo la idea pero no la metodología. Lo de siempre, casi música para mis oídos, una melodía que se acercaba al punk que me acompañó y me vio crecer desde pendejo. 

Pero que bien putea este viejo hijo de puta, que viejo de mierda la puta madre. Si yo mismo lo estoy diciendo y suena mal, si yo mismo lo digo y más de uno me mira mal, y hasta se me viene alguno encima pidiéndome explicaciones de por qué ese trato a los jugadores que tanto se brindan por los colores. No se si es su voz, o su gesto... pero hasta me gustaría que algún día me puteara a mí, putea tan bien que es como sentirse reconocido ante cada epíteto.

La realidad es que al Jitano, aquel juvenil que llevaba la camiseta 10 Verde en la espalda, no le hacía ninguna gracia. Parecía rogar que hubiese mucha gente en cada partido para no quedar en evidencia ante tanto insulto que casi siempre venía inmediatamente después de errar un caño, un taco, o su especialidad: la rabona para tirar centros sin ningún destino productivo más que llenarnos los ojos a quienes vamos a ver fútbol champagne. 

El viejo parecía ser seguidor del fútbol tetra-brick. Aquel de la lucha, ordinario y que transpira la camiseta, así como está el cartón cuando recién sale de la heladera. Así deberían estar las 11 camisetas al terminar el partido según el viejo. Es más, el Jitano una vez hasta había aceptado que un nenito le arrancara la camiseta luego de una derrota catastrófica con un equipo que venía penando en la tabla. Aquel pendejo había saltado el alambrado un sábado de abril como un rollo de papel y se le trepó por la espalda hasta que le arrancó la camiseta y la mostraba como quien gana un trofeo y pretende dar la vuelta olímpica. Pero en cada lateral al Jitano se le veía el rostro desencajado, y un gesto de fastidio de aquel habilidoso aunque intermitente jugador. Si, era el Jitano con J, no me pregunten por qué, porque intento mentir lo menos posible. 

Aquel viejito lo perseguía a lo largo de toda la popular lateral, y había días que corría más que el propio Jitano en su tarea de no dejarlo correr sin acompañarlo por alguna frase. Su camisa solía salir mas mojada que la del mismo Jitano.
Eso era a simple vista injusto para cualquier futbolero de cepa. Es decir, si no hay champagne, bien esta el tetra, esa es la ley primera, el abc del fútbol .

Recuerdo un día en que fuimos cerca de 10 pibes a la cancha. Uno de ellos lo miraba al viejo y me miraba a mi, como si imaginase alguna vaga relación. No se como puta se habrá imaginado, pero yo ese día lo había estado mirando casi todo el partido, es que el viejo había puteando tanto que tenía la voz casi en un hilo y eso me resultaba bastante ridículo. Es que en realidad de fútbol había poco y nada, y cuando eso sucede, suele prestarse mas atención a los malandras que al propio juego. Esta claro que el viejo no era un malandra sino solo un loco de mierda, violento hasta para sacar la entrada, casi que la exigía como una deuda y una vez a su alcance la arrancaba y pegaba al carnet para despedirse con alguna ironía del tipo "Siempre lo mismo, siempre hay que hacer cola, cuando mierda van a poner otra boletería".

Pero no se por que ese día me puse a ver qué mierda decía ese viejo. Cada gol errado era mirar hacia ese sector para ver que nueva puteada incluía en su repertorio aunque lamentablemente siempre decía lo mismo. Culo, orto, puta, y madre, nada más. Imaginen ustedes las relaciones. Pero a pesar de todo, mi amigo no me hacía ningún comentario.

Pasaron las fechas. Ya entrado el clausura y tambaleando en el promedio del descenso, aquel observador me dice "quien carajo es ese viejo", putea como la concha de su madre, y hoy el Jitano está jugando bien, no lo entiendo". No terminó de decir eso y el Jitano metía el cuarto gol, el tercero de su cosecha personal empujándola con su errante taco, y nada menos que ante los del Parque San Marín. 
Como si fuese una mina que se pasea en pelotas entre la hinchada, los dos miramos a aquel viejo, ya casi el partido había quedado en el olvido al estar definido. Increíblemente, el viejo, estaba trepado al alambrado, en el mismo lugar que el Jitano había decidido colgarse a festejar su día mas heroico. Para sorpresa nuestra aquel viejo sólo atinó a lanzarle un nuevo y encendido insulto, pero de esos que uno tiene guardado luego de 80 minutos en una goleada en contra.

El fervor popular, los escasos triunfos y la nula conversión de goles, hacían de aquella gloriosa tarde una jornada memorable, se suponía que haría olvidar a todo el mundo que aquel hábil enganche, el Jita, provenía del barrio de atrás, se sabía que había salido de la cantera de Midland, un pequeño y triste club de Libertad. Casi todos pedían la selección para aquel muchacho que otras tardes se había ido acompañado por un coro de insultos y hasta algún botellazo que casi nunca llegaba a destino. 
Sin embargo, aquel viejo, mantenía su postura. En ese momento lo admiré. Suelo identificarme con aquellos desgraciados que son capaces de comerse cien patadas en el orto antes de venderse. Me pareció una actitud respetable aunque no compartía sus motivos. El Jitano estaba jugando bien, la estaba rompiendo en el buen sentido, pero si él creía que era un perro debía mantener su postura incluso cuando hiciera tres goles. Ahí me cayo bien, y le dije al Pepe, un amigazo, "Ves, este viejo está hecho mierda, pero me gusta su estilo, no se vende".

Particularmente, llevo años viendo al Verde, y podría decir que me dio mas alegrías que tristezas, aunque uno no debería ir a buscar ninguna de estas cosas a una cancha de fútbol. Recuerdo otros valores muy por debajo del nivel del Jitano, incluso con mucha menos voluntad, y en realidad me parecía que no era justo tanto y tan variado insulto, después de todo cada tanto frotaba la lámpara y regalaba algo de magia. Cuando hablo de magia me refiero a parar una pelota entre dos tipos y salir con un sombrero, aunque después la rifara, eso no me importaba a esa altura. El tipo cada tanto me hacía pensar que valía la pena pagar una entrada.

Para aquella época yo apenas si había dejado la 10 del Verde, pero de inferiores. Por suerte era casi un sueño cumplido, y estaba casi satisfecho con mi mísera carrera futbolística. La rodilla me había jugado una mala pasada y no pude pasar de la quinta división. Cuando el médico del club me dijo "dedicate a estudiar" recuerdo que patee la puerta del vestuario y rompí un vidrio que estaba atado con cintas de embalaje marrón. Eso me valió una suspensión por un mes que me imposibilitaba entrar a la pileta de la Sede. Había tenido una rachita de actos de indisciplina que oscurecieron mi imagen de enganche con garra y panorama.
Los sábados sólo podía ver todo desde la tribuna. Desde ya que conocía a pibes que alternaban en el banco y en tercera y en ellos me veía representado .

Una vez, tras un partido que ni recuerdo, el Sapo González, un zaguero muy rústico y con mucha mala fe, pero un tipazo fuera de la cancha me dijo “Che polaco, vamos a tomar unas cervezas a lo de Freddy”. Y vamos, repuse, para eso no suelo hacerme desear. Y fuimos. Para mi sorpresa, entre esta bandita que íbamos estaba el Jitano, el mismo. De pocas palabras, el pibe iba a donde lo quisieras llevar, casi como yo pero con un poco menos de ímpetu, como sin convencimiento. Y una llevó a la otra. Y la plaza de Ituzaingó estaba casi desierta. Sólo había linyeras, un par de fumones, alguna parejita sin dinero para concretar en otro lado y algún que otro borrachín, de esos que se ponen tan densos que no da ni para cagarlos a trompadas. Empleamos la táctica de la ignorancia hasta que se evaporaron entre puteadas. La verdad es que había un olor del carajo en aquellos bancos y empecé a presionar para irnos a la mierda de aquel inmundo lugar.

Después de tomarnos hasta el agua de la fuente de los sapitos y chapucear en ella, porque era verano, el grupo decidió ir a Castelar. Según se ilusionaban, uno de estos pibes tenía lo que se llama una cuenta corriente en un kiosquito de la zona. Y allá fuimos después de una votación muy poco clara.

La caminata fue dura, incluso hubo quienes desertaron a mitad de camino. Al llegar estábamos el Sapo, Fredy, el Jitano, dos pibes más y yo. Una cuadra antes de llegar a nuestro oasis, Freddy se puso a hablar con uno de los pibes que yo no conocía, un stoncito de esos que abundan por el oeste. Enseguida apuraron el paso entre murmullos. ¿A dónde mierda van ?!! Gritó el Sapo como cuando marcaba en la última línea del Verde.
Sin contestar nada siguieron. A unos 50 metros se detuvieron, frente a una casa que tenia una ventanita, aquellas casas que por la necesidad económica de los 90’ se hicieron mercaderes de artículos alimenticios. Con el Sapo no entendíamos un carajo, pero tampoco había tanto por entender, era cuestión de seguir la horda.
Vimos que Freddy hablaba a los gritos por un pasillo, y al parecer el vendedor habitual no estaba, pero parecía que igual estaba todo en orden. Yo alcance a entender algo de "un cajón" y después creí escuchar un “OK” así que supuse un final feliz, un acuerdo bueno tras una ardua negociación.

Finalizada la discusión y con la fecha de pago acordada, Fredy nos dijo que esperásemos en la puerta, que enseguida nos alcanzarían lo que habíamos venido a buscar. Al parecer, estos dos pibes y Fredy habían visto una plaza muy tentadora para descargar sus necesidades más urgentes, y ni siquiera querían esperar hasta que viniera la mercancía desde el fondo de esa especie de PH de Castelar Norte. "Quedate con el Jitano y el Sapo y cuando tengan todo, vengan para la plaza". Esa fue la orden.

En realidad yo también estaba apurado, pero no había hecho nada para lograr el tan preciado botín, y ni siquiera había participado de la negociación, así que decidí quedarme esperando hasta que la cerveza se hiciera presente. Después de todo seria el héroe que llega con provisiones ante una masa desesperada de borrachines juveniles.

La calle era oscura y estaba lleno de perros deambulando, eran bandas hambrientas que no le hacían asco a ningún canasto de basura. Mirábamos como en dos patas y con gran habilidad se servían de las migajas que caían como abajo de una piñata. Es cuestión de no joderlos, sólo se te acercan y miran de modo amenazante. Es cierto que de pendejo nos da ganas de hacerlos cagar pero ya habíamos pasado esa etapa punkrockera. Sólo era cuestión de disfrutar y no de agitar un barrio que no nos era propio por lo que con el Sapo decidimos dejar que los canes olieran nuestras zapatillas y demás. La cosa no pasó a mayores con la banda de los canes. En realidad nos estábamos entreteniendo con el Jitano. Nos acordábamos de aquella gloriosa tarde en que le clavo dos pepas al mismo Vivaldo. Incluso después le había cambiado el buzo por su ordinaria camiseta numero diez marca Taiyo.

De repente, un portón cruje, y se nos vienen al humo una jauría de perros y gatos, esta vez eran perros bacanes y gordos con un pelaje brillante y mucha furia en sus hocicos. Parecía que escapaban desde adentro como quien se escapa de un bar sin pagar. Tras la corta pero veloz y furiosa carrera fueron a enfrentar a los que estaban del mismo lado que nosotros, o sea del otro lado de la reja. Es el clásico cruce de ladridos que no pasa de eso. Sus alaridos no nos dejaban escuchar la voz de aquel semidios que parecía traer con muchísima dificultad el famoso cajón de Palermo, casi que lo arrastraba haciendo sonar las botellas con el riesgo de que éstas se rompieran.

Para mi no era la forma más aconsejable para aquel traslado, había que evitar cualquier riesgo imprevisto. De lo poco que recuerdo, su voz me pareció mas que familiar aunque los ladridos se tornaban cada vez mas insoportables y todo era un verdadero infierno. Decidí chistar para acallar un poco el barullo y entrar en contacto con el comerciante, sabía que podría sentir como una afrenta el hecho de que osase reprender a sus bichos. De cualquier manera lo hice con cortesía, casi pidiéndoles por favor que cesaran sus alaridos. Así lo interpretó su amo y la cosa no paso a mayores. El viejo estaba en cuero y con esos pantalones celestes, esos short de tenis que alguna vez uso el gran Willi para empujar su gloriosa raqueta, pero en la década del 70. De todas formas es una vestimenta adecuada para estar a las 2 de la mañana en su casa, no es cuestión tampoco de ser un rockstar a esas horas y edad.

Cuando estaba casi a dos metros pude ver su figura entre penumbras. No había prendido la luz de la calle al salir y eso lo había hecho tropezarse más de una vez en el corto trayecto. Incluso parecía haberse cortado el pie ya que calzaba unas ojotas modelo 80. Había sólo una luz de mercurio municipal que cada 10 minutos se apagaba y tardaba cinco más en volver a encenderse. Casi pelado y con un tatuaje en el brazo derecho que decía simplemente CAI. En ese momento su voz me llevo a la cancha en un segundo. Su voz era tan familiar que me parecía conocerla. Se presentó diciéndome "La concha de su madre, este boludo de Fredy siempre viene a las 2 de la madrugada, tomá, tomátelas y decile que no me joda más a esta jora, me tiene los huevos llenos". Ante tal presentación sólo atine a levantar los brazos por encima para lograr llegar al cajón que se levantaba tras la reja. El viejo estaba tan débil que ni siquiera podía subirlo hasta la altura mínima de la reja como para atraparlo, yo parecía estar cazando mariposas, era una imagen muy ridícula. Mucha impotencia y nada de confianza entre nosotros, no parecía oportuno pedirle que se dignara a abrirme la puerta teniendo en cuenta el horario que habíamos elegido para conocernos.

Me parece que el Jitano se me estaba cagando de la risa de atrás. Lo cierto es que estaba casi colgado de la reja como quien quiere agarrar la sortija. De repente el Jitano, que estaba tirado a tres metros de ahí se levanta para ayudarme. "Y vos que haces acá hijo de puta". Tronó esa frase en la calurosa noche de Castelar como un relámpago inesperado.

El viejo que ni siquiera me había visto la cara estaba casi a punto de estallar, mas excitado que nosotros que habíamos estado bebiendo desde el atardecer y sin pausa. Jamás vi el rostro de una persona como en ese momento lo vi al Jitano. "No ves que sos un hijo de mil puta ".
Al Jitano se le aflojaron las piernas, como le pasaba en los partidos chivos, recién se había dado cuenta quien era aquel viejo de mierda que trataba de pasarnos una docena de cervezas sin siquiera lograrlo y sólo atino a sonreir. Y cómo siempre se piensa ante las situaciones limites murmuró sin que el viejo lo escuchase, "Estas cosas me pasan solo a mi".

La situación era mas que tensa, yo en esos momentos me suelo cagar de la risa, no importa que tan grave sea la situación. Yo me río y después veo como mierda salgo de la situación, incluso me da tiempo para pensar. 
El viejo increíblemente empezó a reírse a carcajadas con nosotros y al fin pudo elevar lo suficiente el puto cajón como para que nosotros de este lado lo agarrásemos".
“Sabes que estoy pensando en no ir mas a la cancha, ya no te aguanto mas" le disparó al Jitano que estaba en una especie de crisis que apenas atinaba a reirse y mirar hacia el suelo. El Jitano agarró el cajón y me miró con cara de "hay que irse a la mierda ya".

El viejo intento sacar las llaves del bolsillo trasero del short modelo 73 aunque con muchísima dificultad, no se si se le enredo en una hilacha del short o se las había olvidado dentro de su guarida, en ese momento no me atreví a preguntarle, además se me patinaban las palabras. Era seguro que las tenia en el bolsillo trasero y como tardaba tanto tiraba frases de ocasión para amenizar la espera. A mi me pareció que fingía buscar algo, como para poder rascarse el orto con tranquilidad y nos dijo: "Esperenme, con vos tengo que hablar hijo de puta", señalando con una rama al Jitano.

Como los perros ya no jodían más decidió tirar la rama a la mierda y preguntó: ¿Dónde está Freddy??
En la plaza, acá nomás, respondí al instante. Según dijo el viejo, se llamaba Saúl, y parecía conocer solo 23 palabras del diccionario. Entre ellas, culo, concha, puta, madre, hijo y todas las relaciones y oraciones que se pueden establecer con estas cinco palabras. 

En las frases que hilvanaba siempre lograba armar una original combinación aún con tanta pobreza discursiva. Tenia una calidad tal que si bien usaba las mismas palabras, jamás repetía una oración, jamás decía lo mismo aunque usaba las mismas palabras. Quizás tenía algún postgrado en el tema pero él no quería alardear de su verborragia, no quería reconocerla en todo su esplendor.

Y allá nos fuimos. El viejo Saul encabezando la fila, el Sapo, el Jitano y yo. Y allá estaban ellos, Freddy, el stoncito y su amigo. Estos últimos estaban haciendo humo, quemando flores o no sé qué, como intentando hacer señas para que los otros se den cuenta de que hay que ir en dirección a ellos. Estaba claro que íbamos a ir para allá, no hacia falta señales de ese tipo, al menos a mi me pareció injustificada aquella actitud.
Igual yo me seguía preguntando por qué ese viejo de mierda no había sacado las llaves de entrada ahorrándonos malabarismos contra la reja. También pensaba qué carajo viene a hacer con nosotros. Desde ya que no lo podíamos descartar ya que había habilitado una docena de rubias heladas, además hubiera sido poner en riesgo la relación que mantenía con Freddy. Ya había un clima de hermandad que suele generar el alcohol en cantidades industriales.

El viejo lo siguió puteando al Jita todo el camino, toda la noche y todo el campeonato aunque ya había cierta confianza y las puteadas comienzan a formar parte de las frase positivas. Y nos fuimos al descenso 5 fechas antes. Pero el Jitano cerró un buen campeonato y se fue a probar suerte a Argentinos Jrs, incluso jugó en primera un par de partidos.

Pasaron unos años y una lluviosa tarde de Junio, un sábado de esos que nadie va a la cancha, que todos prenden la radio después de dar muchas vueltas decidimos ir a la cancha con el Sapo. Allá estaba el Jitano, que en ese momento ya era remisero y que ahora vive en Paraguay por esas vueltas de la vida. El Sapo, se estaba por ir a Estados Unidos y en realidad no le importaba que jugásemos con Deportivo Riestra, lo único que quería era ir a despedirse de la gente que conocía de la cancha, ya que era la última fecha en que podría ver al equipo.
No había tanta gente debido al clima y al resultado adverso anterior de la primera semifinal. Como siempre que jugamos de local, se sabe que en el primer tiempo el Verde va a atacar para el lado del buffet. Allí fuimos, atrás del arco y con la expectativa renovada, tejiendo posibles tácticas del estilo "si le hacemos un gol en los primeros 5 lo damos vuelta". Eran todas ilusiones que solían acabarse ni bien pasaban los veinte minutos iniciales y la realidad nos volvía a pegar una trompada, o a veces dos. Y el Jitano me dice "Sabes que lo voy a extrañar a este viejo hijo de puta". No lo veo. "Adonde mierda se habrá metido?.

Mi inoportuno humor me hizo decir "El viejo Saúl debe estar haciéndose una paja en su casa, tiene un reuma que no se puede mover". La carcajada del Sapo y el Jitano no me dejaron terminar el chiste (esa es la contra de los festejadores de chistes, no dejan terminar la frase que uno se esmera en formular) cuando en ese mismo momento otro viejito que estaba pegado al alambrado nos dice sin saber quienes éramos "¿No sabían que Saúl murió el miércoles pasado?

Si alguna vez me sentí desorientado creo que fue aquel día. Del partido sólo recuerdo que habíamos perdido en la ida (era el octogonal) y lo logramos dar vuelta en una tarde lluviosa y fria. Nosotros imaginábamos una tanda de penales que nunca hubo, pero la pensábamos para el infarto, con una pelota que era una bola de barro y más que penales serían balas de fogueo. Los arqueros intentarían adivinar adonde iba esa bola de cañon para tirarse al otro palo sin que quedara muy evidente para el publico enfervorizado. Aquella tarde fue la más triste que pasamos en la cancha a pesar de haber ganado. Hoy el Sapo esta viajando por Sudamérica y cada tanto se reporta, el Jitano se casó y tiene dos hijas hermosas, vive en Atlanta, Estado de Georgia, Estados Unidos en donde cumple funciones de jardienero, y Freddy hace 2 meses que se fue a Uruguay a probar suerte con su nuevo amor. Cada vez que entro a la cancha es imposible olvidar aquella historia. Después de pelear una semana por la propiedad de una bandera le dije a Freddy, "esta bien llevátela". Era un trapo verde y blanco, ya desteñido y con agujeros. El mismo que se salvo de casualidad en Luján y que viajó a Córdoba, Santa Fé y Tucumán. Tenía el logo de los Caballeros de la Quema, el espiral, y un pequeño Piojito que yo le había agregado unos años después . Lo habíamos reformulado con los años y también decía sobreimpreso Sapo, Freddy, Jita, Polaco y Saúl, siempre presentes"
A la memoria del Viejo Saúl que desde el cielo estará puteando, como siempre, y por qué no alentando al Verde.


LA ÚLTIMA PELOTA
La soleada tarde me encontraba en la misma nada, en la entrada de Prensa (la vieja tribuna local), con colegas. Estábamos arreglando el mundo y el equipo, dando nuestras visiones de lo desastroso o lo hermoso que jugaba el equipo. Todo como de costumbre, hasta que en la entrada en calor, uno de San Miguel la cuelga, la bocha pasa el buffet y salió a la calle con rumbo desconocido.


Cada vez que esta situación acontece, el club vive una mini-revolución. Los ánimos se caldean ante el riesgo de perder una pelota. Las señas desde lejos con el dedito hacia afuera y luego juntando las manos arqueadas como haciendo una pelota se multiplican. A veces son directivos, otras veces caras que uno no sabe quién carajo es y qué nos quiere decir.


Salimos de manera rauda, a la mierda la paz en el mundo. Se perdió una pelota y tiene que aparecer. Esta vez me tocó a mí ponerme ese traje de buscador, postura que exige cara de malo y una seguridad como quién reclama lo que le corresponde. Hay que tener esa templanza ante la posibilidad de que un transeúnte quisiera hacerse del botín (balón). Es la figura del cazador que bajó la perdiz y anda viendo donde mierda cayó, pero camina con cara de “que nadie se acerque a la presa”.


“Una mierda había en la calle”, me dice el primer tipo que me cruzo en mi veloz corrida sobre la calle Mariano Acosta. Pensé lo peor. Volver a mi puesto sin el balón era transformarme en la cara de la derrota. Ser señalado como “ese boludo que está ahí fue a buscar la pelota y no la encontró”. Una mancha peor que un descenso. Nadie se iba a acordar del Matungo de San Miguel que la colgó.


Pegando la vuelta y pensando alguna excusa que me quite responsabilidades ante la pérdida, veo que en una casa esta la redonda, detenida, en un verde jardín. El alma volvió al cuerpo hasta que tras acercarme a la morada, noto que la vivienda difícilmente estuviera habitada.


Tremenda propiedad, dos pisos pero venida a menos, sin revoque, ventanas cerradas y algo de mugre, o bastante. Ver si había o no un perro que impidiera la heroica era la cuestión. La redonda estaba ahí, ya no había excusas para volver sin el trofeo.

Muy al fondo se ve una silueta ! Puño apretado, listo, soy un campeón !

-Señor, no me alcanza la pelota que esta ahí adelante? Grité como dando la vuelta olímpica.

Esta figura resultó ser un señor bastante excedido en kilos y con severas dificultades para caminar. Pasó su brazo por la frente como sacándose la transpiración y a lo lejos gritó de muy mal humor “Se dice por favor” y entre carajeos para mí inentendibles se empezó a acercar a la reja que nos dividía.
De dar la vuelta olimpica volvía pelear al descenso en una frase. 

Los desplazamientos de este hombre eran tan lentos que por mi cabeza pasaron varias hipótesis:

1- Se calentó para el carajo, no me da una mierda la pelota
2- Tratar de remarla con lo que sea.
3- Fingir descaradamente haber dicho el por favor que omití echándole la culpa a la distancia sin poner en tela de juicio su audición.
4- Armar un piquete en la puerta de la casa del viejo por una mísera pelota de fútbol.
5- Saber de que tendría los huevos al plato de alcanzar pelotas viviendo atrás de la cancha.

En apróximadamente dos minutos el viejo tenía la pelota a tiro, pero le costaba un huevo agarrarla, como pasa con algunos jugadores, porque no podía agacharse. Volví a sentirme una mierda un rato más, haciéndole hacer ejercicios a una persona que no estaba para esos menesteres. Mientras, esperaba una buena faena de parte del señor. Sentimientos encontrados.

De fondo sonaba una radio que transmitía un partido, no tenía idea de quién carajo jugaba. Acompañé su esfuerzo físico con el mío discursivo.
-Quien está jugando señor?
-Sarmiento, dijo en tono seco.
-Y contra quien?
-“No se, ni idea” repuso ya con la redondita en brazos y acercándose a la reja que nos dividía en velocidad de replay.
-¿Quiere venir a la cancha? Dije como intentando brindarle una contraprestación a su tarea.
-Ahí su rostro cambió, y tras unas disculpas de mi parte por no haber sido más amable, sólo atino a decir.
- Gracias, pero tengo cosas que hacer.

No arrojó la redonda, me la pasó en mano por sobre la reja y tras agradecerle el clima se hizo cordial. Nos despedimos.
Agarré la bocha como quien tras descontar la va a buscar al fondo del arco para empatar, la tire en el cemento y de zurda la llevé hasta la puerta de prensa.
En el segundo tiempo, otro boludo de San Miguel la volvió a colgar para el mismo lugar.
Estaba claro que no era yo el más indicado para ir a pedirla nuevamente.



EL TUCUMANO

Con una casaca de Ituzaingó en la vereda de mi casa, límite exacto entre Padua e Ituzaingó, estaba juntando arena del bolsón, en baldes de albañil, con una especie de cara de entre orto y dormido .

Pasa un vendedor ambulante con una remera para mí indeterminada (Unión / Estudiantes / San Martín de Tucumán)


-Después las mujeres dicen que no hacemos nada... dice al pasar como un cumplido.

- Risas cruzadas, como pensando, y éste quién carajo es?

- ¿Qué, sos hincha de Ituzaingó?
Pregunta obvia que no supe cómo responder sin caer en la obviedad más cuando tenía la casaca puesta...
- Y sí..(todo esto mientras metía paladas en los baldes para no quitarle ritmo a mi construcción matutina)
-Che, y hay bronca con los de Midland no?
-Dejé la pala, lo miré hasta que ví que era de San Martín de Tucumán, y apenas si me salió responder. - Y sí, un poquito.

El tipo siguió caminando con sus productos a cuestas para el lado de Libertad. Y yo me quedé paleando y pensando en que, o era de Midland encubierto, o conocía demasiado el fútbol de ascenso a pesar de ser hincha del Santo del Norte.


PARQUE SAN MARTÍN 

Hoy me pasó algo muy gracioso pero por sobre todo, insólito. Cuando volvíamos de Escalada tras el descenso, alguien me pasó el relato de gol de Zampini de los pibes de la radio vía Whatsap, el del triunfo que podía ser el de la salvación. Alguno que no había podido ir a la cancha lo había grabado y lo compartió. Lo escuché esa vez y ahí quedó. No sé bien por qué, pero "se puso" como sonido al recibir una actualizazación en el FB. De esto me enteré hoy. Se ve que se eliminó la canción que era en su momento el sonido elegido.

Volviendo de Parque San Martín de la casa de un amigo, en el 501, uno de los tantos que comunican la Estación de Merlo con las afueras, se desató el relato para mi sorpresa, a todo volumen. Atronador. Goooooooooooooooooooool. Ituzaingoooooooooooooooooo. Clarito y contundente.


La sorpresa era tal que no lograba no sólo acallar el teléfono sino siquiera desbloquearlo para intentar alguna maniobra. Las miradas eran cada vez más. Sólo atinaba a tapar el parlante del teléfono. Pero el relato era tan eufórico que se escapaba el sonido por todos lados. Me hice el boludo y no quise ver bien si las caras eran de sorpresa o si alguno tenía en claro que en ese bondi de Merlo viajaba un hincha de Ituzaingó.


La tecnología otra vez jugándome una mala pasada. Y aguante Ituzaingó !



UNA COSA DE LOCOS 
Viste cuando un periodista critica mucho a un jugador por cuestiones que no tienen nada que ver con lo deportivo, bueno, hay veces que el jugador tiene ese día de suerte y justo al toque hace el gol de la victoria del equipo. Y va y se lo grita en la jeta, y lo putea, se lo grita con alma y vida. Y más si un descenso está en juego. Y eso hace que me asuste un poco ser parte del mundo periodístico. A veces desde afuera todos los gatos son pardos. Pero no. Galeano, Fontanarrosa, ayúdenme, lo de hoy es para un cuento corto. Pase lo que pase, a los jugadores hay que alentarlos. Los berretines dejenlos para la charla de amigos !
Gracias Loco Recchia !

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